Vivimos en un país donde si levantas una piedra no sale un bicho… sale un experto. En absolutamente todo. Somos la nación del “yo controlo”, del “ya te lo digo yo”, del “esto es así porque lo digo yo que lo vi una vez en un vídeo cutre de YouTube” y del “experto en lo que toque hoy”. Cuna del cuñadismo ilustrado, patria del especialista improvisado.
El otro día, una cuenta de Instagram que sigo publica la foto de una tertulia random de televisión. Y ahí estaba el rótulo glorioso para uno de los tertulianos, digno de museo del absurdo: “Experto en Luis Rubiales”.
A ver, ¿pero esto qué cojones significa?¿Una nueva carrera universitaria?¿Un máster oficial en “calvos que la lían”?
Y el tipo tan ancho con su rótulo y con mirada de “controlo este tema como si lo hubiera parido”.
La tele está llena de esta fauna. Hoy opinan del precio de la luz, mañana del conflicto en Oriente Medio, pasado de si Llorente desayuna bien, y si los pillas inspirados te analizan hasta el apareamiento del ñu africano en pleno monzón. Y todo sin consultar una puñetera fuente que no sea su imaginación o una lectura diagonal de la Wikipedia, ese oráculo moderno donde cualquiera, absolutamente cualquiera, puede editar una página a las tres de la mañana después de dos cervezas y un calentón en Twitter. La enciclopedia libre, sí… pero libre sobre todo de supervisión seria.
Porque la tele no quiere expertos; quiere bocazas carismáticos, personajes sin vergüenza y con dicción rápida. Gente capaz de interrumpir, señalar, sentenciar y soltar de vez en cuando alguna burrada gorda.
Son los mismos de siempre. Los que ayer eran expertos en geopolítica, mañana lo serán en divorcios de famosos, pasado en cultivos de aguacate y, si les soplas fuerte, también te predicen el comportamiento del perro. Todo con una sonrisa de suficiencia como si el país entero estuviera esperando su opinión para comprender el universo.
Y lo mejor es la puta actitud. Van todos con una seguridad en sí mismos que parece que la verdad absoluta la llevaran colgando entre las piernas.
¿Y lo peligroso? Que funcionan. En este país basta con hablar alto, meter dos palabras técnicas mal colocadas y señalar culpables al tuntún para transformarte en uno de ellos. Si encima llevas gafas de pasta, te falta poco para optar al Nobel de tertuliano que lo sabe absolutamente todo.
España, la fábrica nacional de expertos exprés. No hay más que decir.