Odio eterno al coach moderno

Dicen que los tatuajes cuentan historias. Que cada línea guarda un recuerdo, un momento, una persona. El mío, este último que me he hecho, es justo eso: una historia de respeto y de amistad. Y sí, me he tatuado a mi amigo y también a mi entrenador. Me he tatuado a Javi Delgado «Ichiban».

A ese que me ha enseñado más sobre disciplina, amor propio, trabajo, superación, ilusión y esfuerzo que cien mil libros de mierda de autoayuda. En el tatami y en la vida.

A ese que me ha visto caer y volver a levantarme mil veces, y que siempre, con una ceja levantada y su gesto de “¿pero eso qué pollas es?”, ha estado ahí. En el tatami y en la vida.

A ese que que no presume de enseñarte nada, pero te enseña todo. En el tatami y en la vida.

A ese que no te aplaude por subir una historia de instagram, sino por verte el día siguiente entrenando cuando todo te duele. En el tatami y en la vida.

A ese que te mira a los ojos con su carita de chungo y te dice la verdad, aunque duela. En el tatami y en la vida.

A ese que no necesita filtro ni frases motivacionales para inspirarte. En el tatami y en la vida.

A ese que me ha empujado cuando ya no me quedaban fuerzas. En el tatami y en la vida.

A ese que te corrige sin filtros y que celebra los logros como si fueran suyos. En el tatami (le da igual que seas el más paquete del club, como puedo ser yo, o que hayas ganado once campeonatos de España) y en la vida.

A ese que se preocupa por tí de verdad. En el tatami y en la vida.

Debajo de su caricatura con más o menos acierto, la frase que resume su filosofía y la mía: ODIO ETERNO AL COACH MODERNO.

Odio a todos esos flipados de internet que venden humo envuelto en sonrisas y frases tipo “cree en ti” mientras no se creen ni ellos mismos.

Mientras los coaches modernos graban vídeos con voz de anuncio diciendo que “el cambio está en ti”, él simplemente vive como piensa. No necesita discursos. Su ejemplo ya jode lo suficiente como para que te replantees tu vida. Es de los que no te dicen “todo pasa por algo”, sino “espabila, Javier» con su voz áspera y seca. De los que creen en la palabra dada, en el esfuerzo y en callarse la boca mientras los demás presumen de todo.

Mi amigo, mi entrenador, es de esa vieja escuela que ya casi no existe. Él representa todo lo contrario a esa mierda moderna.

Lo llevo tatuado porque hay personas que se te meten tan dentro que acaban siendo parte de ti. Porque cuando alguien te ha empujado en los días malos, cuando te ha hecho levantarte sin necesidad de una puta frase motivacional, eso merece un hueco en tu piel.

Y sí, puede sonar raro tatuarte la cara de tu amigo, de tu entrenador. Pero a mí me la suda. No es por idolatría. Es por respeto. Por gratitud. Por lealtad. Por cojones.

Lo llevo tatuado porque representa todo lo que esta generación ha olvidado: la disciplina, la palabra, el respeto. En un mundo lleno de postureo y filtros, él es puro acero. Ni posturea, ni finge, ni vende mierda envuelta en energía positiva. No te sube el ánimo, te sube el nivel. En el tatami y en la vida.

No llevo solo su cara. Llevo una forma de estar en el mundo. La dureza sin ego, la verdad sin azúcar, la lealtad sin aplausos. Lo que ya casi nadie tiene y los coaches modernos jamás entenderán.