Hay futbolistas que emocionan. Y luego está Vinícius, que parece que cada partido se le mete un mosquito en el alma y decide montarse un drama griego con balón incluido. Sí, corre mucho, regatea más que un niño con azúcar y talento tiene para aburrir… pero madre mía, qué cansino se ha vuelto el chaval.
Ver jugar a Vinícius es como ver a un gato persiguiendo un láser: velocidad, ruido, aspavientos… y cero control emocional. Todo lo celebra como si hubiera descubierto el fuego, todo lo protesta como si le hubiesen robado la cartera, y cada falta es una tragedia personal. No hay partido sin teatrillo, sin miradas al árbitro, sin gesto de “yo soy la víctima”. Y, sinceramente, cansa.
Porque una cosa es tener carácter, y otra ir por la vida como si fueras el elegido por los dioses del regate y el resto del planeta no te entendiera. Porque lo de este tío no es pasión, es sobredosis de sí mismo. Juega como si el mundo le debiera una ovación eterna.
Y no me vengas con lo del “es que le provocan”. A todos los provocan. A todos los insultan. Pero los grandes de verdad respondían jugando, no montando una función de teatro en cada córner. Zidane te daba un control y te dejaba en silencio. Cristiano te cerraba la boca con un gol. Vinícius te dedica una mueca, una queja y una guerra con el árbitro.
Encima ha desarrollado ese tic de mirar al público como si fuera mártir de una causa divina cada vez que le increpan. Tronco, relájate. Eres futbolista, no Nelson Mandela.
Y lo peor es que, si se centrara un poco, podría ser brutal. Tiene desborde, descaro, hambre. Pero todo eso se va a la mierda entre berrinches, gestitos y su puto ego. Es como ese colega que toca la guitarra de lujo pero no puede tocar dos acordes sin pedir atención.
Vinícius es el típico talento que necesita menos TikTok y más humildad. Menos drama y más fútbol. Porque a este paso, el día que meta un gol sin hacer el pino puente, habrá que declararlo fiesta nacional. Y ojo, que el Real Madrid siempre tuvo estrellas intensas, pero era otro rollo. Había hasta elegancia en algunos casos.
Así que sí, lo digo claro: Vinícius me cae como una patada en los huevos. No por el fútbol, que lo tiene, sino por el puto numerito constante. Ojalá algún día se dé cuenta de que el respeto no se pide y mucho menos se grita: se gana.
Mientras tanto, seguiremos viéndole hacer aspavientos, metiendo algún golazo y montando su propio reality show en cada partido. Un chaval que podría comerse el mundo… pero prefiere lamerse los huevos frente al espejo.