Sin Gluten: una serie que lo da todo

No sé quién en RTVE tuvo la brillante idea de ponerle Sin Gluten a una serie, pero desde ya te digo que es la primera vez que ese término no me da ganas de huir al pasillo de los ultraprocesados. Y ojo, porque contra todo pronóstico, la serie es buena. No buena “para ser española”, ni buena “para pasar el rato mientras cenas”, no. Buena de verdad, joder.

Diego Martín se marca un papel de chef caído en desgracia que tiene más capas que una cebolla con trauma. De estrella Michelin a profesor de chavales perdidos, su personaje se pasea entre la ironía, el arrepentimiento y el humor con esa mezcla de amargura que solo da haber visto cómo tu vida se va por el retrete con elegancia. Y encima sin dramatismos innecesarios ni discursos de autoayuda, que ya es un logro en la televisión patria.

Lo mejor de Sin Gluten es que no intenta parecer una “gran serie”. No hay pretensiones, no hay cámaras lentas de postureo ni frases tipo “el mundo se divide en cocineros y comensales”. Es sencilla, honesta, casi doméstica, y por eso funciona. Te mete en una escuela de cocina donde cada alumno parece salido de un casting de “vidas jodidas con potencial”, y te acabas encariñando con todos, incluso con el gilipollas de turno que crees que te va a sobrar.

El guion no es perfecto, pero tiene algo que escasea: alma. Hay risas, sí, pero también silencios incómodos, segundas oportunidades y una nostalgia de cuando la tele no necesitaba explotar a nadie para contarte una historia. Tiene ese tono de comedia buena, la que no te hace reír a carcajadas pero te deja con una sonrisa idiota mientras piensas: “hostia, qué bien lo han hecho estos cabrones”.

La ambientación es otro puntazo. Todo huele a cocina de verdad, con ese brillo grasiento de restaurante donde se suda más que se posa. Los personajes no parecen actores salidos de catálogo de IKEA. Aquí hay manchas, hay cansancio, hay vida. Y eso, en una serie española, ya es casi un milagro.

Sí, Sin Gluten tiene sus bajones de ritmo. Algún capítulo se alarga más de lo que aguanta el horno, y a veces se le nota el tufo a “vamos a dar moraleja”. Pero ¿sabes qué? Se lo perdonas. Porque es una serie hecha con cariño, con personajes que no quieren ser guays, sino reales. Y porque al final, cuando termina el capítulo, no tienes la sensación de haber perdido una hora: la has invertido en sentirte un poco menos idiota.

En resumen: Sin Gluten no es la revolución televisiva del siglo, pero sí una hostia suave de humanidad envuelta en humor. Es una serie que te reconcilia con la ficción española.