Sí, ya lo sabemos: desde fuera parece que nos hemos dado un hostión en la cabeza. Un perro ya es bastante jaleo. Te cambia los horarios, te arruina los sofás, te llena la casa de pelos y te hace gastar más en veterinarios que en restaurantes. Pues imagina ahora meter otro. Normal que muchos digan: “Estos están chiflados”.
Pero aquí viene lo gracioso: esa locura es exactamente lo que necesitamos. Porque la vida con un perro mola, pero con dos se convierte en una puta película de acción con tintes de comedia. La casa deja de ser un espacio silencioso y ordenado y pasa a ser un festival de carreras, ladridos improvisados al cartero, y batallas épicas por ver quién ocupa el sofá primero. Es caos, sí, pero es un caos del bueno. El que te arranca carcajadas cuando llegas cansado del curro y te reciben con un concierto de colas moviéndose.
La gente que te llama loco solo ve el trabajo extra: más cacas que recoger, más babas en la cara, más paseos nocturnos en pleno invierno, más gasto en pienso. Lo ven como una ecuación en negativo. Pero nosotros sabemos la verdad: cada una de esas “putadas” viene con un plus que no se paga ni con todo el oro del mundo. Porque ese segundo perro es otra máquina de amor, otra fuente de compañía, otra alarma de felicidad que salta con solo mirarte.
Claro que hay momentos en los que piensas: “¿pero en qué cojones estábamos pensando?”. Como cuando el pequeño decide morder el cable del cargador, o cuando entre los dos te desmontan tu “zona chillout” en tiempo récord. Pero justo ahí está la gracia: esa locura es lo que mantiene la vida vibrante. La rutina se va a tomar por culo, y en su lugar aparece una especie de supervivencia doméstica divertida, donde todo el mundo aprende a adaptarse al nuevo ritmo.
Dos perros son el doble de amor, el doble de risas y la certeza de que tu casa late más fuerte que nunca.
Al final, lo que muchos llaman “estar loco” no es más que elegir vivir rodeado de más vida. Porque los perros no te juzgan, no te mienten, no te dejan en visto. Están, te quieren y punto. ¿Y de verdad alguien va a decirme que eso es una mala idea? La mayor gilipollez sería no hacerlo.